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En las tranquilas tierras de Luceni, Zaragoza, Aragón, se cuenta la leyenda de «El Susurro de los Olivos». En lo profundo del campo, entre los antiguos olivares que se extienden hasta el horizonte, se dice que las viejas ramas susurran secretos olvidados y promesas ancestrales.
Cuentan los lugareños que, en las noches más oscuras, cuando la luna brilla débilmente sobre los campos de olivos, se puede escuchar un susurro suave que se eleva desde el suelo. Es el murmullo de los árboles, una conversación ancestral que se remonta a tiempos inmemoriales.
Según la leyenda, hace muchos años, cuando Luceni era solo un pequeño pueblo rodeado de olivares, un pacto fue sellado entre los habitantes y los espíritus de la naturaleza que habitaban en los árboles. A cambio de la protección y el cuidado de los olivos, los espíritus otorgaron a los lugareños la prosperidad y la fertilidad de la tierra.
Sin embargo, con el paso de los siglos, los hombres olvidaron el pacto y descuidaron los olivares. Los espíritus, decepcionados por la falta de respeto, se retiraron a las profundidades de los árboles, susurando su lamento al viento y ocultando su presencia a los ojos mortales.
Desde entonces, se dice que el susurro de los olivos continúa, recordando a los habitantes de Luceni la importancia de honrar la tierra y las promesas del pasado. Aquellos que escuchan atentamente pueden percibir la sabiduría ancestral de los árboles, susurrando palabras de advertencia y recordando la fragilidad de la armonía entre el hombre y la naturaleza.
Así, en las noches tranquilas de Luceni, el susurro de los olivos persiste, recordando a todos aquellos que lo escuchan la importancia de preservar la conexión sagrada entre la humanidad y la tierra que la sustenta.